Una de las constantes más apreciables de Daniel Ortega en sus discursos es la reforzada historicidad que conllevan. Una y otra vez, sus discursos siempre hacen alusión a las fechas que conmemoran a héroes y mártires de la revolución sandinista, así como las fechas patrias. En cada uno de sus discursos dicha historicidad siempre se termina interpretando a favor de las temáticas de mayor interés para Ortega. Por ejemplo, el pasado 8 de noviembre Ortega utilizó su discurso para mezclar su veredicto sobre las elecciones con el aniversario de la muerte de Carlos Fonseca – uno de los fundadores del FSLN – y, este evento, se junta con las dos palabras que mayormente ha utilizado en los últimos meses: soberanía, paz y elecciones.
Al inicio, Ortega convoca a Fonseca para afirmar que su gobierno sigue en “luchas” y “batallas”, por la soberanía de Nicaragua. En esta frase, Ortega afirma que Fonseca “supo nutrirse” de los “antepasados indígenas”, como el “Cacique Diriangén”. Así, Ortega vuelve a trazar una larga historia de luchas, desde la colonia española en América, pasando por los “fascistas y franquistas de Europa” y terminando con su enemigo siempre nombrado en todo discurso: “el imperialismo yanqui”. Ortega se ubica a sí mismo siempre al final de esta larga historia, uniéndose a una línea de hombres que va desde Diriangén, pasando por Andrés Castro, Rubén Darío, Benjamín Zeledón, Augusto C. Sandino, hasta Carlos Fonseca.
¿Para qué le sirve esta historia a Ortega? Sus interpretaciones de la historia nicaragüense son la herramienta que emplea constantemente para robustecer su poder y justificar su gobierno, al mismo tiempo que condena cualquier oposición. En este último discurso del 8 de noviembre, la historia de Ortega habilita el uso de dos términos sumamente preocupantes: “hijos de perra del imperio” y “terroristas”.
Si bien no son términos nuevos, lo importante es que Ortega parece utilizar dichos términos para mirar hacia el futuro de Nicaragua, el cual se mira ahora espeluznante. Una vez más, unir a la oposición política con el imperio borra la ciudadanía y el reconocimiento del adversario político no solo como nicaragüense, sino como ser humano. Esto se mira directamente ahora al repasar las tres elecciones que tomaron lugar entre 1990 y 2001. Por un lado, sobre las elecciones, Ortega afirma que la población “votó por los yanquis” o por los “vendepatrias”, “juntados por los yanquis”. Ortega es severo y sentencia que: “esos que están presos ahí son los hijos de perra de los imperialistas yanquis”. Por otro lado, “Terrorista” lo menciona también en contexto con movimientos armados y revolucionarios que usualmente han sido catalogados con el mismo término. En esta línea, al referirse a Afganistán, Ortega afirma que es un país que “lucha por su estabilidad”, luego de la salida de las fuerzas militares estadounidenses. Su frase, claro está, no menciona que la fuerza política y militar que busca estabilidad en Afganistán son los talibanes. O que la “estabilidad” en Afganistán ha iniciado con el éxodo másivo de la población que ha salido a refugiarse hacia Europa. En este viaje, uno de sus aliados, Alexander Lukashenko de Bielorrusia, ha dejado a los refugiados solos bajo temperaturas hélidas en la frontera con Polonia.
Seguidamente, las intervenciones militares estadounidenses son justificadas por Ortega como una manifestación de los “Poderes Militares de la gran Industria Militar” de los Estados Unidos. Incluso, Ortega va mas allá hasta afirmar que las elecciones en Estados Unidos no eligen realmente a un mandatario, ya que son los militares los que mandan. En este último momento, Ortega justifica los presos políticos, las elecciones sin oposición y su política de represión porque va dirigida contra los”yanquis”, quienes son un poder militar e imperial. Los talibanes, los dictadores de Europa que lo apoyan, no son ni terroristas ni regímenes dictatoriales o militares. ¿Qué son? No lo sabemos. Porque si hay una palabra que Ortega casi nunca utiliza es “democracia”. En este último discurso solo la utiliza 4 veces y, en estas ocasiones, solo la utiliza para hablar de “esa democracia en Europa”, la cual dice que está llena de “fascistas y nazistas”. Es decir, para Ortega la democracia es solo una de dos cosas: una forma de intervención estadounidense, o un sistema de gobierno donde el fascismo triunfa. Su gobierno, el de Venezuela, Rusia, Cuba, Bielorrusia, tienen alguna determinación ambigua, únicamente definida entonces por su oposición al resto del mundo occidental.
Todos estos ejemplos que Ortega ha venido acumulando con el tiempo proyectan un futuro escalofriante. Cada vez más, la población nicaragüense está siendo despojada de su humanidad y de su ciudadanía. Ahora aparece como “yanqui” y “terrorista”. Aparecen como personas que ni siquiera se necesita justificación para encarcelarlas o expulsarlas del país. Lo más perturbador, es que en los últimos días el discurso de Ortega se ha ido copiando y reproduciendo exhaustivamente por parte de la ciudadanía que lo apoya. En programas de televisión, se ha mostrado a simpatizantes del FSLN enfrentando a los y las nicaragüenses en el exilio, afirmándoles que “por esas declaraciones” (presos políticos, represión y falta de garantías electorales), “sí iría detenido en Nicaragua”. Este fue el caso del debate que sostuvieron Israel Lewites (exiliado en Panamá) y la simpatizante del FSLN, Xochilth Ocampo, en el canal France 24. Primero, Ocampo le llama a su contraparte como un “autoexiliado”, haciendo alusión a que Israel decidió abandonar su casa, su familia, en fin, su país, de manera voluntaria al tomar el lado de los “vendepatria”. Ocampo también repetide las palabras de Ortega, al hacer énfasis en la “soberanía ratificada” en las elecciones recién pasadas, soberanía que le ha “costado sangre a este pueblo”.
En segundo lugar, Ocampo afirma una y otra vez las palabras “familia” y “pueblo”. Sin embargo, ante la imagen misma del rostro de Israel, ella no ve ninguna de ellas – familia, pueblo o sangre – ante su semejante nicaragüense. Únicamente lo ve y le dice que “merece ser exiliado”, porque “sus palabras facilitan las sanciones unilaterales contra el país”. ¿Sanciones contra el país? Las sanciones han sido dirigidas a personas particulares y han sido efectuadas para revisar el acceso a fondos de la comunidad internacional, ese lugar donde Ortega afirma que se encuentran “fascistas y nazis”. Lo que las palabras de Ocampo cristalizan es la esperpéntica alusión que Ortega y su séquito son el país, son la población, son las familias nicaragüenses. La historia siempre contada por Ortega en la que él se encadena a la patria como una narración de luchas de hombres contra el imperio, lo termina asimilando con la nación y con cualquier gobierno posible.
Por tanto, el futuro que proyecta Ortega hacia su población simpatizante es una que despoja a la población de reconocer la nicaraguanidad en su semejante, en su vecino y en su familia misma. Ocampo utiliza todas las herramientas que le provee el discurso de Ortega para justificarse históricamente, despojar a la posición de su nacionalidad y defender a su gobierno ante cualquier alusión de democracia. La soberanía y las elecciones justifican todo, incluso la violencia, ante la cual Ocampo simplemente sonríe frente a la cámara, mientras observa imágenes de ataques a los medios de comunicación y escucha sobre las torturas a los opositores en la cárcel, o escucha sobre los secuestros llevados a cabo por la policía. Sus conciudadanos en el exilio, no pueden sonreír de vuelta.
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