Ortega y su noción de pueblo y soberanía

Análisis de su discurso del 4 de octubre del 2021

El pasado 4 de octubre, Daniel Ortega volvió a presentar un discurso, en el marco de lo que denomina el día la ecología. En lo que va del año, y de cara a las futuras elecciones que tomarán lugar el 7 de noviembre en Nicaragua, el discurso de Ortega se delinea cada vez más por la repetición de posturas, tropos y omisiones, elementos que esclarecen cada vez más el tipo de gobierno y forma de ejercer el poder que el FSLN está delineando para el futuro de Nicaragua. Es importante señalar dichos elementos para preparar los posibles escenarios que encaran a la población nicaragüense. 

Pero primero, el discurso de Ortega justamente problematiza la noción de quiénes son o qué es la población nicaragüense. En varias ocasiones Ortega se refiere al “pueblo” nicaragüense, pero siempre lo singulariza como aquél que vota por él en las elecciones o las personas que sufrieron de alguna u otra forma las intervenciones, guerras o sanciones por parte de los Estados Unidos en el último año. El 4 de octubre, una vez más, le proporciona a Ortega la oportunidad de repasar la historia nicaragüense para asimilarse a sí mismo a uno de los “héroes de la patria”, Benjamín Zeledón. 

En su discurso, Ortega recuerda la batalla en el Coyotepe, Masaya, lugar donde murió Zeledón luego de combatir a las fuerzas ocupantes de la Marina de los Estados Unidos, en 1934. Luego, Ortega menciona el bloqueo a Cuba, el “terrorismo” – en sus palabras – de Ronald Reagan al financiar la Contrarrevolución en los años ochenta y, finalmente, menciona las sanciones recientes contra su familia y miembros de gobierno, las cuales define como “crímenes de lesa humanidad”.

No se pueden condonar las terribles acciones realizadas por el gobierno de los Estados Unidos en su larga historia de relaciones ambivalentes y problemáticas con Nicaragua. Pero tampoco se puede pasar por alto el uso de Ortega de esta historia para posicionarse como víctima. De esta manera, Ortega asume que él sufre los “crímenes” de Estados Unidos o que la población nicaragüense “sufre el terrorismo”.  Ortega en esta cadena se ubica al lado de Zeledón, “héroe de la patria” y, consecuentemente, al pueblo. Él sufre la intervención de Estados Unidos al igual que Zeledón. También, Ortega sufre los mismos atropellos que el denominado “pueblo”. 

La afirmación anterior le permite unir a las personas ubicadas en la oposición con la política exterior de los Estados Unidos. Así, Ortega expulsa a toda persona en la oposición de la categoría “pueblo”, y cierra filas para denominar al “pueblo” en similitud con la afiliación a su partido (FSLN) y a su régimen. Esto explica, entre varias cosas, el hecho que Ortega no reconoce las muertes de la represión ocurrida en 2018, o el reciente despojo de la ciudadanía nicaragüense a Kitty Monterrey, presidente del partido de la oposición Ciudadanos por la Libertad (CxL) o el enjuiciamiento de quienes disienten de él. Como los muertos, los presos políticos no son parte del pueblo, no son parte de la ciudadanía que vive y muere en el país. Esta forma de dividir a la población es espeluznante porque asume que hay no hay muertos, porque no hay vidas en primer lugar. No hay nicaragüenses opositores, porque sus vidas no existen. Por tanto, pueden ser expulsado o, en el peor de los casos, asesinados. 

Es por eso que Ortega, al victimizarse como Zeledón, criminaliza al mismo tiempo a las víctimas de la represión o a los familiares de los presos políticos. Porque si los Estados Unidos comete “crímenes de lesa humanidad” y la oposición integrada por el resto de la ciudadanía se encuentra “aliada” al “imperialismo”, quiere decir que los presos políticos, familiares de víctimas y, finalmente, los asesinados, son los que también cometen esos “crímenes de lesa humanidad”.  

Este “pueblo” definido por Ortega cumple una función principal, según el discurso del presente mandatario. Su papel a desempeñar es dotarlo de legitimidad mediante elecciones. Es curioso en este sentido, que la palabra “elecciones” es constantemente repetida al lado de la palabra “soberanía”. Ni una sola vez menciona la palabra “democracia”. Lo que se puede inferir de esta omisión de la democracia en el marco de las futuras elecciones, es que Ortega se asume como la “voz” y “conciencia” del pueblo. Este último, está obligado a mantenerlo en el poder, porque así se mantiene a sí mismo. Esto es, Ortega es la consciencia del pueblo hecha poder. 

Las elecciones, no son un acto de contestar o controlar el poder, son el ritual de robustecimiento del mismo poder. En este sentido lee Ortega la soberanía para ejercer su gobierno, y por eso se siente ultrajado por las sanciones, las cuales proyecta a todo el país, el pueblo y la nación. Las sanciones han sido dirigidas a miembros de su familia y sus círculos cercanos, no al pueblo nicaragüense en su totalidad. Sin embargo, Ortega, al referirse a las sanciones, siempre subraya el hecho de que estas le hacen daño a “Nicaragua” en su totalidad. Además de pensar que esta es su forma de interpretar los hechos para su beneficio, quizá también es parte de una operación todavía más tenebrosa. Si el pueblo es aquél elegido por Ortega, porque Ortega es el pueblo, la “soberanía nacional” es Ortega mismo, junto con su familia y los cuadros del FSLN, la Policía Nacional y el Ejército, entre varios de los sancionados. Por eso, Ortega no gobierna para una nación comprendida en todas sus poblaciones posibles, con todas sus múltiples identidades de género, étnicas, de clase o, sobre todo, políticas. Ortega gobierna solo para aquellas personas a las cuáles, él reconoce como pueblo. Y este, es la viva imagen de él viéndose en el espejo. Este es el “Pueblo-Presidente”.